Estos días reflexionamos sobre la necesidad de incluir a las mujeres dentro del sistema financiero, y si bien sigue habiendo brechas importantes en materia laboral, de trabajo en casa, de discriminación u otros, es importante reflexionar sobre cómo llegamos al punto en el que estamos. Echando mano de la historia económica podemos ver que gracias a los mercados y al capitalismo, ha sido posible la liberación femenina.
Disclaimer: Este no es un texto feminista, ni pretende serlo, toda vez que hay un sector que desestima todo argumento si viene de una persona cuyos genitales o construcción de género no se alinean con quienes supuestamente sí tienen derecho para hablar de estos temas. No soy su aliado, ni me importa serlo.

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¿Es el capitalismo una institución patriarcal?
Ciertamente, la mujer no ha tenido independencia económica sino hasta tiempos muy recientes. En el imaginario popular y a través de las sociedades agrarias y preindustriales se había asumido que debían ser dependientes de sus padres o sus maridos.
Solo con la apertura a la industrialización y el libre comercio durante la Revolución Industrial fue posible que las mujeres comenzaran a ganar su propio dinero. No fue sino hasta la Segunda Guerra Mundial, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, que la contratación de mujeres fue masiva toda vez que se necesitaba la mano de obra que había ido a combatir.
En este sentido, el patriarcado es base de las comunidades agrícolas, donde el sentimiento tribal es mayor. La Revolución Industrial comienza a borrar esas fronteras y prejuicios: al inicio de aquél proceso, los hombres encontraban embarazoso estar con una mujer que trabajara, pues pensaban que serían señalados por no poder mantener a su esposa.

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Tal vez estas instituciones patriarcales responden en principio a las diferencias físicas entre hombres y mujeres (aunque estudios arrojen que las mujeres también cazaban en la prehistoria). Sin embargo, el tránsito de la civilización nos hace ser seres que se orientan a través de símbolos y construcciones sociales más allá de lo material y lo autoevidente a los ojos (y aquí mejor lean a Simone de Beauvoir, en El Segundo Sexo y a Margaret Mead en su estudio sobre sexualidad en Samoa)
Trabajo doméstico y capitalismo
Uno de los argumentos que hace Karl Marx al capitalismo es que las mujeres son una mano de obra de la que el sistema de producción se sirve indirectamente, pues se queda a mantener el hogar del obrero a cambio de ningún pago. Aún hoy, el trabajo doméstico no remunerado sigue siendo desempeñado en su mayoría por mujeres.
Sin embargo, el factor innovación se está perdiendo del horizonte de explicación. Dedicarte de lleno a las labores domésticas es duro hoy, pero lo era aún más hace un siglo o dos. La división doméstica del trabajo era durísima para ambos sexos, pues tanto los hombres trabajaban en jornadas extenuantes (pregúntale a tus abuelos, si aún puedes), como las mujeres debían dedicar sus esfuerzos a múltiples y pesadas tareas en casa.

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Piensa en que no vas a encontrar un grifo que te permita tener agua cada que quieras, sino que hay que ir a conseguir y acarrear agua para todas las actividades de la casa, que vas a lavar a mano la ropa, planchar con un artefacto de hierro que hay que calentar, a cocinar sin licuadora ni estufa a gas LP, a llevar al trabajo algo de comer para el marido, además de los posibles cuidados para alguna persona mayor en la familia y los niños.
La innovación en capitalismo permite ofrecer productos accesibles para las masas, que permiten facilitar la vida y ahorrar mucho tiempo. Piensa sólo un minuto qué vas a hacer sin refrigerador: no puedes guardar comida por mucho tiempo, por lo que dependerías de las conservas o tus compras del día. Imagina el daño que te haría cocinar con anafre, además del tremendo esfuerzo de moler nixtamal para las tortillas del día o la semana.
División de labores
Y no estamos diciendo que esto no beneficie a los hombres en sus casas, sino que las mujeres, que históricamente se han dedicado a las tareas domésticas, pudieron liberar parte de su tiempo. La ventaja histórica está en los reclamos de las distintas olas feministas, que han ido de la exigencia de ser incluidas como sujetos políticos hasta las actuales protestas por seguridad en medio de una preocupante ola de feminicidios.

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Estas innovaciones, además de la acumulación de capital, que permite percibir salarios más altos a cambio de menos trabajo que generaciones anteriores, permiten poner sobre la mesa y de forma masiva por primera vez la necesidad de dividir trabajos de la casa, pues es evidente que en una casa todos ensuciamos y desordenamos. Con más tiempo libre, hay más tiempo para reflexionar y cuestionarse sobre la propia existencia.
Claramente sigue habiendo prácticas de discriminación en empresas y espacios, igual que hay quienes acusan la operatividad de un impuesto rosa, que hace que los productos diseñados para mujeres cuesten más. Afortunadamente, en capitalismo se puede trabajar en otro lado (no tan sencillo, pero se puede), o se puede comprar otro producto más barato que sirva para el mismo fin.

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Hay otro tema de brecha salarial, que las estadísticas confirman. No obstante, hay que ver con lupa esos casos: si fuera cierto que por igual trabajo, las mujeres cobran menos dinero (y lo dijéramos como ley universal), los empresarios contratarían exclusivamente mujeres para ahorrar dinero en su planilla de empleados.
Es un error biologicista decir que solo las mujeres deberían dedicarse a ciertas tareas, o que hay labores que tienen género, igual que la discusión de ideas no debería cerrarse a un único género. Mucho más urgente es dar más espacios de inclusión y equidad para las mujeres, pero no podemos hacerlo si no reflexionamos primero de dónde venimos, cuáles han sido las victorias, y qué es lo que queda por hacer.

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